El cardenal
Tras un silbo meloso de flauta,
-y que él mismo parece escuchar
cual si él mismo se diera la pauta-
sin medida se suelta a cantar.
Cardenal, cardenal:
en tu canto jubiloso, se diría
que se exalta la alegría
de la mañana primaveral.
Y que es tu silbo el que aviva
esa brasa siempre viva
de tu capucha escarlata,
que en flámulas se desata.
(Lo demás, no es cosa rara:
un brochazo color plomo
que resbala por el lomo
y que en el pecho se aclara).
Saltando de una a otra parte,
siempre agitado y nervioso
como si esa llama ardiera
en realidad y, al quemarte,
no te diera
ni un instante de reposo.
(Si algún leñador o el viento
deja una rama partida,
se desangra por la herida
de tu copete sangriento...)
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