El tordo
De la punta del pico hasta la cola
vestuido va de riguroso luto,
en negro que se azula y tornasola.
Es haragán, astuto.
arisco, peleador y un poco bruto.
Visita los frutales, los sembrados,
anda entre los ganados
que pacen y, al pacer, en descubierto
les dejan la raíz a las gramillas,
en donde se encuentra larvas y semillas
que son buen alimento;
o se lo ve, inmóvil como el gallo
que corona la cruz de la veleta,
sobre el lomo de un buey o de un caballo
que tampoco se inquieta...
Las notas de su canto, cuando canta,
más que hacerlas vibrar en el estuche
de armoniosa garganta,
parece revolverlas en el buche.
Desova en nido ajeno, por sorpresa,
-de calandria, chingolo y de ratona-
en donde uno o dos huevos abandona
con la improba empresa
de incubar y criar a los pichones;
y así se puede ver, en ocasiones,
la minúscula y débil ratonera
cómo se desespera
al ver, entre sus hijos diminutos,
un pichón diferente en absoluto
en color y tamaño,
otro ser cada día más extraño,
doble más grande que ella y al que nada
logra saciar su hambre ilimitada.
Amigo tordo:
-porque a pesar de todo eres mi amigo-
en verdad, yo te digo
que, a la dulzura, acaso seas sordo
y no te sientas bueno
porque nunca jamás hjas conocido
la ternura, el amor del propio nido,
condenado a medrar en nido ajeno.
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