El pecho colorado
Quizás en un lance cruento
sufrió esa incurable herida
que, para toda la vida,
le dejó el pecho sangriento.
(En el alba, al mediodía
y aún de noche arde su fuego,
como el rescoldo en que luego
se encenderá el nuevo día).
Bajo su túnica negra,
bastante descolorida,
esa pechera encendida
que su vestido le integra,
dice un amor imposible
que el corazón le ha deshecho,
y así, tiñendole el pecho,
su dolor se hace visible...
Y esa canción quejumbrosa:
Chirru... chirru... chi... chi...
alargando la u y la i,
siempre a tiempo que se posa.
En el florido alfalfar
-mar verde y morada ola-
es una viva amapola
que hubiese dado en volar.
Se eleva en brusca ascensión,
e inmóvil en alto el ala,
baja lento por la escala
vertical de su canción.
El sol poniente lo hiere
con su luz enrojecida
y, al abrirle más la herida,
por esa herida el muere.
Y es en la tarde en derrota,
sobre el misterio del campo,
su pecho el último lampo
y su voz la última nota.
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